viernes, 3 de diciembre de 2010

MEZQUINDAD

En los momentos difíciles, cuando nos sentimos indefensos e impotentes ante la adversidad, solemos alzar nuestras manos al cielo y pedir por la clemencia del Creador. En esos momentos, volvemos nuestra mirada hacia su inmensidad y conscientes de nuestra pequeñez relativa a su grandeza como Amo y Señor del Universo, invocamos su favor implorando el aplacamiento de la furia de la naturaleza, que sabemos como despertar pero no como controlar. El Padre bueno y misericordioso, siempre está atento a nuestra súplica y acude solícito a nuestros ruegos, ya que su intención no es destruir al ser humano sino orientarlo y hacerlo reflexionar sobre su conducta, para que tome consciencia de sus acciones, sus consecuencias y haga los correctivos necesarios que le permitan su existencia en equilibrio con el mundo que le rodea. Curiosamente, una vez que se superan las dificultades y todo vuelve a la normalidad, olvidamos nuestras oraciones y se nos hace difícil reconocer la mano del Señor en lo que ha pasado. En el momento aciago oramos con desesperación y apremio, pero al sentirnos a salvo buscamos racionalizar lo sucedido olvidando la Clemencia y Misericordia de Dios para con los seres humanos y sus criaturas. Es más fácil para nuestro entendimiento discernir que los informes meteorológicos estaban errados que aceptar la intervención Divina, olvidando las Sagradas Escrituras que señalan:”Y dijo Dios: Esta es la señal de la alianza que establezco por generaciones perpetuas o para siempre entre mí y vosotros, y con todo animal viviente que mora con vosotros. Pondré mi arco que colocaré en las nubes, y será señal de la alianza entre mí y la tierra. Y cuando yo cubriere el cielo de nubes, aparecerá mi arco en ellas, y me acordaré de mi alianza con vosotros, y con toda ánima viviente que vivifica la carne; y ya no habrá más aguas de diluvio que destruyan todos los vivientes” Génesis, IX: 12-15. Bastaría con pensar por un momento, cuantas oraciones se pueden haber elevado en esos momentos a los oídos de Dios, o cuantas personas se plegaron a las cadenas de oraciones que circularon por Internet o mensajes de texto. Sin embargo, al cesar la angustia le restamos importancia a ese instante de comunicación con el Creador, en el que la indefensión nos hace invocarlo como única esperanza. Ya lo señala el refranero popular se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena. Debemos ser más agradecidos y fortalecer nuestra Fé en Él para que podamos percibir su presencia y sus intervenciones divinas.
Similar llamado a la reflexión cabe a las autoridades que han permitido durante años que se poblaran los cerros en condiciones de altísimo riesgo ante su mirada indiferente, pero al materializarse la tragedia y cobrar vidas humanas, salen en carrera a aprobar recursos de manera extemporánea y cuyo efecto difícilmente mitiga la desgracia que ha afectado tantas familias. Se pierden los seres queridos y eso nadie lo va a poder remediar, no son recuperables y se pierden los bienes que han costado una vida de esfuerzos y abnegación, por la falta de una política coherente que con voluntad inquebrantable, persuadiera a las personas de abandonar las zonas de alto riesgo. Vienen a la memoria cuantos discursos que se quedaron en peroratas pero nunca se hicieron realidad, porque se privilegió el interés político electoral, en lugar de la seguridad y las vidas de la gente. Planes como barrio tricolor y el metro cable de San Agustín constituyen alicientes para que la gente permanezca en zonas sensibles a las precipitaciones. La decisión correcta de un buen administrador es poner los recursos donde se necesiten y en lo que se requiere para lograr los objetivos. Obviamente, llevar confort a través de servicios a zonas de alto riesgo lejos de contribuir al desalojo refuerza la motivación para permanecer en vilo a merced de la naturaleza. Tan solo unos meses atrás se habló de planes para construir en los cerros perforando hasta la roca madre, dejando de lado los riesgos y peligros que implica eso. Que distinto sería el panorama, sí los recursos se hubieran invertido en la creación de la infraestructura necesaria que permitiera dotar de servicios elementales zonas seguras y despobladas, pero distantes de la capital. Desafortunadamente, cuando un gobernante piensa más en como permanecer indefinidamente en el poder que en las maneras de servir adecuadamente a su pueblo, se presentan los intereses conflictivos y se toman decisiones priorizando el resultado electoral a corto plazo, despreciando el bienestar colectivo a largo plazo. La decisión de desalojar los cerros y zonas peligrosas no es una decisión que gane votos pero salva vidas y evita tragedias. Tampoco es una decisión fácil porque implica planificar y coordinar recursos para preparar zonas donde reubicar a esos compatriotas de manera sustentable. Y tal vez lo más difícil para un gobierno soberbio y sectario, pasa por la reconciliación nacional que permita ensamblar de manera eficiente los medios de producción en planes de construcción de ciudades y poblaciones en zonas menos sensibles al cambio ambiental. En lugar de crear incentivos para permanecer allí, se deben crear incentivos para la inversión en los proyectos de nuevos desarrollos urbanísticos y para la reubicación y/o ampliación de empresas que ofrezcan los puestos de trabajo que motiven a los habitantes a trasladarse. Recursos y tiempo ha habido para ejecutar gran parte de dicha tarea, pero ha faltado la voluntad política y se ha preferido el gasto populista y proselitista a la inversión productiva en la misma. Se prefirió invertir en el tren, un avión chupadólares que casi no se utiliza o los puentes sobre el Orinoco que si bien es cierto se requieren o pueden ser necesarios, no pueden ser colocados delante de las vidas humanas en riesgo. La decisión del administrador eficaz sopesa ambas alternativas y decide por la de mayor interés público, la cual, evidentemente debe ser el bienestar y seguridad de los habitantes para todo buen funcionario del estado. Decidir por otras obras es inmovilizar recursos en proyectos que no han rendido frutos desde el punto de vista de utilidad para la población, mientras se le negaron a propuestas que han podido salvar vidas y establecer una forma de coexistencia con la naturaleza sin perturbar sus delicados equilibrios. Hacer política en medio de una tragedia o mejor dicho, usar la desgracia humana para sacar provecho político, es una bajeza sin parangón en la escala de las acciones humanas; pero en este momento de necesidad el venezolano no puede dejar de hacerse dos preguntas: La primera, ¿por qué no se ponen al servicio de los damnificados los bienes expropiados por razones de utilidad pública como El Alba Caracas, el hotel en el Avila, los bienes confiscados por las intervenciones bancarias, el hotel expropiado en Margarita, las incautaciones al narcotráfico que señalaron dos o tres residencias a nombre Makled, La residencia presidencial de La Casona que se ha reconocido más de una vez que no se usa, etc.?. Incluso, las habitaciones de la red de círculos militares en varios estados del país, deberían desocuparse para ponerlas al servicio de la noble causa de ayudar al prójimo en necesidad. La segunda, ¿hasta cuándo la soberbia y el sectarismo van a evitar que se dé el inevitable proceso de reconciliación entre los venezolanos que es el único camino a la solución de nuestros problemas? Solamente la visión integral de los agentes causales de nuestros nudos estructurales y los incentivos que los mueven, puede conducir a soluciones definitivas; y esto solo puede lograrse ampliando la visión y el análisis para incluir los puntos de vista de los que hasta ahora han permanecido marginados. El Estado debe dar el ejemplo poniendo todos los recursos a su alcance a la disposición para solucionar esta desgracia. De que le sirvió haber mantenido recursos represados para ahora salir a la carrera a ofrecerlos, sí las obras no podrán culminarse con la urgencia que se necesitan. El buen administrador actúa en forma preventiva, anda tres pasos delante de los problemas para atacarlos a tiempo y no dejarse desbordar por ellos. Esperemos que no suceda lo mismos que en años anteriores (1999) que se habló mucho de mapas de riesgo, planes de evacuación y se plasmaron muchos sueños de construcción de viviendas que no se concretaron nunca. Rectificar implica no sólo cambiar el rumbo, sino abrir el corazón al perdón y el abandono de escenarios donde se crean enemigos imaginarios para sacar provecho político de las necesidades humanas. ¿Cuántas cosas se han podido hacer de no haber represado recursos durante casi tres años (incluyendo 2011) con la maniobra del barril petrolero a 40$?

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