miércoles, 30 de septiembre de 2009

QUE REVOLUCION ES ESTA…EEEHH!!!

El termino revolución ha sido conocido a través de la historia de la humanidad como una transformación radical de la situación imperante para corregir un modelo político administrativo, que de alguna manera degenera hacia la corrupción en el uso de los fondos públicos y en la descomposición moral del marco ético que debe guiar toda acción social en la consecución del bienestar colectivo. Otros han llamado revolución al cambio de las instituciones y de la organización política vigente para darle paso a nuevas estructuras dinámicas y eficientes en el logro de los ideales de la población. Lamentablemente, ninguna de esas definiciones se adapta al proceso que se vive en el país, donde parece que inventamos una nueva conceptualización de la palabra para darle un significado de cambio en la retórica, cambio en la nomenclatura y en la superficie pero sin tocar la esencia de las viejas estructuras o lo que es peor, sin afectar las causas del descontento y la insatisfacción que posibilitaron la existencia y viabilidad de un proceso de cambio hace casi 11 años. Hemos visto como se han cambiado los nombres de las instituciones agregando palabras como del poder popular o se ha sustituído la palabra corte por tribunal (TSJ) o la palabra supremo por nacional (CNE) y se han creado algunas nuevas estructuras que si bien pudieran ser útiles, pierden toda legitimidad al carecer de criterio propio y autonomía en sus actuaciones. Algunos han acuñado el vocablo gatopardiano para señalar el cambio de formas y apariencias pero sin cambiar el fondo. Solo la memoria histórica y colectiva es capaz de confrontar las ofertas con las realizaciones, el tiempo tiende a hacer olvidar las cosas y aquellas palabras bonitas que despertaron ilusiones y esperanzas en los corazones de los venezolanos se van desvaneciendo, ante el paso inexorable del padre tiempo y parecen estrellarse contra la inmutable realidad que actualmente vivimos. Una revolución que se precie de llamarse revolución tiene que ser congruente con sus postulados, ofertas y predicas. Debe existir transparencia, verticalidad y alineamiento de sus acciones con sus discursos y por sobre todas las cosas la obligación de mostrar una gestión superior a las de los gobiernos que criticó, satanizó y se opuso acérrimamente. Repetir los errores de sus antecesores o fallar en su promesa de ejecutar una acción de gobierno pulcra, eficiente y plena de oportunidades para el desarrollo de sus ciudadanos la deslegitima y condena al fracaso. Los que criticaron las tribus judiciales en los gobiernos anteriores no pueden permanecer impávidos e incólumes ante las denuncias de sentencias que se ordenan desde arriba o ante la privación de libertad de personas sin una sentencia firme en contra. Aceptar procedimientos jurídicos que han mantenido personas en cautiverio cuando la ley ordena el juicio en libertad salvo determinadas excepciones, es igualarse y hasta superar las vilezas de la justicia del pasado. Una revolución que pregona los derechos humanos, el amor y la justicia entre sus principios no puede cometer tales atropellos sin quedar herida de muerte. El que ha estado preso y ha sido perdonado no puede ser indiferente a la prisión de los demás ni al sufrimiento de las familias de los prisioneros y más aún si no hay pruebas concluyentes y definitivas que soporten su culpabilidad. Incriminar a un ciudadano mediante interpretaciones retorcidas de la ley a conveniencia, no dignifica ni trae gloria a una revolución sino que la debilita y expone al rechazo de la población, porque la bajeza, el abuso, la arbitrariedad y la injusticia podrán generar miedo pero nunca simpatía ni agrado. El uso acomodaticio de la justicia para absolver, condenar, encarcelar a conveniencia dependiendo de la militancia partidista solo trae oprobio y vergüenza a quien lo ordena o permite; el bochornoso caso de la solicitud de investigación a altos lideres del gobierno que fue rechazado en la AN, puso en evidencia una degradación moral de una magnitud que no se conocía en el país, pues aún está fresco cuando el congreso con mayoría adeca votó por la investigación en el caso contra el expresidente Pérez. Una revolución que es capaz de revolcarse en el fango de la ignominia aplicando una suerte de chantaje o intimidación a los denunciantes de casos de corrupción, colocando al denunciado como supervisor o regulador de los denunciantes, pierde toda autoridad y respeto para liderizar el proceso de cambio, porque carece del núcleo de valores puros y elementales para regir a una sociedad. Casos como el del oficialista infiltrado en la marcha de la oposición hacia la fiscalía, que fue detectado y rodeado por los marchistas antes de que el Prefecto Blanco lo rescatara, revelan la catadura moral del proceso revolucionario y de sus miembros. Si el joven en cuestión se retiró por sus propios medios, no mostró indicios de lesión o dolor en ninguna de las tomas que testimonian lo ocurrido, entonces, como puede aparecer después acostado con un collarín y levantando acusaciones por lesiones graves a quien lo protegió por no decir que lo salvó. Alguien con principios, que se precie de su honestidad y que milite en una “revolución”, supuestamente basada en el amor, no puede prestarse para maniobras tan bajas y viles. Igualmente, un movimiento que reivindica la transformación social y la formación de un nuevo hombre no puede estar de acuerdo con ese tipo de maniobras sin desprestigiarse a si mismo. Cual nuevo ciudadano? Cuales valores socialistas sino les importa privar injustamente de un derecho elemental a un ciudadano, como es la libertad, ni sumir a sus familiares en el sufrimiento y la agonía? Donde queda el agradecimiento y reconocimiento a quien le prestó ayuda en un momento tan crítico? La conseja popular reza dime de que presumes y te diré de que careces, lo cual se aplica como anillo al dedo a la mentada revolución que se dice pacífica pero armada. Ni siquiera con el control de las armas de la nación se sienten seguros, necesitan amenazar y amedrentar porque cuando no se tienen argumentos solo la fuerza puede mantener temporalmente la usurpación del poder. Sólo un temor incontrolable o una gran inseguridad pueden explicar acciones como el desmantelamiento de la alcaldía metropolitana o el despojo de competencias a las gobernaciones y alcaldías legítimamente ganadas por la oposición en elecciones limpias. Un irrespeto tan descarado a la voluntad popular no se había producido nunca en la historia democrática de este país. Desafortunadamente o afortunadamente lo ejecuta una revolución que se llama humanista y que alza las banderas de la participación y el protagonismo popular en la vida política de la nación. Afortunadamente, porque desenmascara y desnuda una revolución que pudiera catalogarse como la revolución de las palabras o la revolución de las ilusiones, porque como se le han hecho ofertas y se le han pintado sueños y pajaritos preñados a los ciudadanos para luego no cumplir las promesas o dejarlas a medias. Los venezolanos somos un pueblo acostumbrado a evaluar y cambiar gobiernos cada 5 años, sin embargo, hemos tenido paciencia con esta prueba que lleva casi 11 años y en lugar de presentar un balance de sus ejecuciones continúa prometiendo y ofreciendo ilusiones a la población. En el 2012 cuando le toque someterse al veredicto popular tendrá 14 años en el poder y más que ofrecer paraísos a futuro deberá mostrar que fue capaz de lograr con los recursos que manejó, no nos dejemos embaucar con nuevas promesas y sueños de grandeza que no le lucen ni le corresponden a quien ha mandado con absoluto dominio de las instituciones y ha contado con recursos suficientes. Debe presentar resultados y esos resultados deberían ser muy superiores a los obtenidos por otros gobiernos para poder aspirar a un nuevo mandato.
Finalmente, no quiero pasar por alto otra de las manipulaciones de la mal llamada revolución. Blandiendo las banderas de la lucha contra el latifundio y el monopolio se han acometido expropiaciones, procedimientos administrativos y judiciales, confiscaciones, intervenciones y persecuciones al sector privado que no han traído mejoras a la población sino a los líderes rojitos que se encaminan hacia un monopolio de los medios de producción y hacia un latifundio del uso de los recursos para someter a la población a una dependencia total del estado. El miedo, la incapacidad y su nula creatividad han llevado a los revolucionarios a la conclusión de que la única forma de preservarse en el poder per secula seculorum es eliminar cualquier forma de competencia, es decir, solo el estado debe proporcionar empleo, salud, educación, viviendas, etc. para que el ciudadano no pueda comparar, no perciba la ineficiencia y obligatoriamente deba depender del estado para la solución de sus problemas y la mejora de su calidad de vida. Solo así, el estado rojito puede convertirse en el centro de atracción y su líder en el showman de la nación. La naturaleza es sabia, nuestra madre naturaleza nos enseña y esto puede validarse en cada una de las especies, donde observamos como los progenitores preparan a sus crías para enfrentar la vida en forma independiente, algunas especies en mayor medida que otras, pero todas llevan al adulto a una vida independiente. Los mamíferos destetan a sus cachorros y los humanos los acompañan, apoyan y forman hasta donde sus recursos se lo permiten pero tratan de dejarlos preparados para vivir por su cuenta. Una revolución que se precie de serlo debe tomar nota de esa ley natural y promover el desarrollo y formación de sus ciudadanos para valerse por si mismos en lugar de estimular la proliferación de pedigüeños y mantenidos. Siempre habrá que mantener una política social para balancear las oportunidades y subsanar las deficiencias que puedan presentarse, pero estos programas deben tener enfoque temporal mientras preparan a esos ciudadanos excluídos y oprimidos para valerse por si solos. Eso si sería revolucionario y ese es el reto de la revolución que queremos, que buscamos y que levantó esperanzas en el 98.

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